En los momentos en que estamos transitando procesos a través de los cuales queremos modificar, cambiar o transformar algún comportamiento, cuando queremos expandir nuestras posibilidades de acción e incorporar una nueva competencia, muy frecuentemente nos surgen obstáculos o “resistencias” internas que nos dificultan y muchas veces frustran estos procesos.
Tomar conciencia de estos obstáculos y mecanismos internos que se nos disparan en automático, se constituye en un elemento fundamental para garantizar el éxito de estos procesos. Veamos a continuación algunos de los obstáculos más frecuentes:
1. Incapacidad o miedo a decir «No sé»
Nos cuesta reconocer que hay cosas que no sabemos. Tenemos miedo al ridículo, a la descalificación, o a perder nuestro prestigio por el hecho de admitir que de algo no sabemos o por reconocer nuestra incompetencia en un dominio específico.
Partimos de la base de que socialmente es más prestigioso “saber” que “querer aprender”, y por eso muchas veces cubrimos nuestra ignorancia disimulando que sabemos, sin tomar conciencia de que esta actitud de “yo ya lo sé”, nos limita nuestra frontera de posibilidades, ya que la única manera de iniciar un proceso aprendizaje es declarar “no sé” y asumir nuestro condición de aprendices en ese dominio específico. La declaración de ignorancia no sólo no es un disvalor, sino que constituye la puerta de entrada al camino del aprendizaje. Sólo si declaramos “no sé” podremos declarar “quiero aprender”.
2. El facilismo de considerarse “victima”
Este mecanismo se manifiesta cuando realizamos conversaciones de explicación o justificación, en las que nuestra incompetencia o el fracaso de nuestro proceso de aprendizaje, están signados por factores “externos” a nosotros. Siempre podemos señalar a alguna persona o circunstancia que de no haber existido, hubiésemos sido exitosos, o no hubiésemos “tenido” que abandonar este proceso de aprendizaje.
Gastamos nuestra energía explicándole a nuestro entorno que no somos responsables de los problemas que enfrentamos o de los desafíos que abandonamos, y esta actitud, aunque nos tranquiliza momentáneamente, nos deja en la impotencia y la resignación.
3. Dado como “soy”, no puedo aprender esto
En este caso las explicaciones tienen que ver con los juicios limitantes que realizamos acerca de nuestra persona o de nuestra situación, y que nos conducen a que no asumamos (o abandonemos) el desafío del cambio y del aprendizaje. Puede ser porque somos muy grandes o demasiado chicos, o que no tenemos la formación previa necesaria, o vivimos muy lejos, o tenemos restricciones económicas, o los múltiples etc. que se les pueda ocurrir.
Y así surgen las frases que dan cuenta de nuestro estado de ánimo de resignación: “esto es muy complicado para mí”, “yo no puedo”, “no es mi momento”, «no soy lo suficientemente hábil como para hacer esto». Desde este estado de ánimo, los objetivos propuestos aparecen como imposibles (aunque sepamos que son posibles), lo nuevo nos inhibe y parece estar más allá de nuestro alcance. Este relato de imposibilidad es uno de los grandes enemigos del aprendizaje, ya que al no aceptar el desafío del cambio, nos resignamos a que nada de lo que hagamos podrá modificar la situación en que nos encontramos y por lo tanto, pierde sentido realizar el esfuerzo y asumir el compromiso que implica el aprendizaje.
4. El fenómeno de la “ceguera cognitiva”
Para poder aprender hace falta una declaración de ignorancia, ya que si no nos damos cuenta de que no sabemos, si no tomamos conciencia de nuestras áreas de incompetencia, difícilmente podremos declarar que las queremos cambiar y así iniciar un proceso de aprendizaje.
Todos poseemos áreas de conocimientos, cosas que sabemos. También tenemos conciencia de que existen otras áreas de cosas que no sabemos. Pero existen una infinidad de cosas que ni siquiera sabemos que existen. Es decir, un área en la cual no sabemos que no sabemos. Sobre esa área de “ceguera cognitiva”, sobre lo que “no sé que no sé”, nada puedo hacer. La ignorancia de nuestra ignorancia nos sitúa en la inacción, no podemos ver su existencia, es invisible a nuestra mirada. Esta ceguera nos conduce a la creencia de que: «Lo que sé, es todo lo que debo de saber»
5. La adicción a la “certeza”
Cualquier momento de confusión o incertidumbre es evitado a toda costa. No estamos dispuestos a admitir que para llegar a saber, debemos pasar por el no saber, y que para llegar a la luz hay trechos de oscuridad. Cuando desarrollamos ansiedad por tenerlo todo claro todo el tiempo, evitamos cualquier momento de confusión o de duda y generamos la adicción a tener siempre la respuesta a mano. Cualquier pregunta que enfrentamos, automáticamente nos genera un desenfrenado deseo de encontrar una respuesta única y finalmente terminamos por evitar las preguntas, privándonos así de incursionar en las áreas del desconocimiento… pero también del aprendizaje. Desde esta actitud sólo aceptamos como válido lo que ya sabemos, o aquello que puede ser explicado con los conocimientos que ya poseemos, y nos cerramos a escuchar una opinión distinta y a aprovechar lo que ésta nos pueda aportar.
Desde esta actitud, la incertidumbre se nos vuelve insoportable y esto se constituye en un obstáculo infranqueable del aprendizaje, ya que el mismo surge de los errores, de la capacidad de colocarse en situación de pregunta, de la “incerteza” acerca del mundo, de la apertura a lo nuevo y lo desconocido.
6. La excusa de la falta de tiempo
El tiempo siempre es un recurso escaso. Cuando decimos que no emprendemos o que abandonamos un proceso de aprendizaje por falta de tiempo, lo que en realidad estamos diciendo (o encubriendo) es que no está dentro de nuestras prioridades en este momento.
En la vorágine en la que vivimos, siempre tenemos muchas cosas por hacer y generalmente nos “falta tiempo”. Lo cierto es que cuando decidimos hacer unas y dejar otras, estamos decidiendo qué tipo de personas estamos construyendo y qué vida elegimos vivir. Las frases: «Me gustaría aprender, pero no tengo tiempo», «Quiero aprender….¡pero rápido!», encubren el hecho de nuestra falta de compromiso con el proceso de aprendizaje y que no estamos dispuestos a invertir tiempo y energía en nuestro desarrollo personal.
7. La incapacidad de desaprender
Gran parte de los comportamientos y conductas que desplegamos a diario, están basados en hábitos arraigados que se constituyen como parte de nuestra particular forma de ser y, por lo tanto, no los revisamos ni los analizamos, simplemente los actuamos. Podemos decir que poseemos nuestros hábitos, pero también que nuestros hábitos nos poseen a nosotros.
Cuando se trata de cambiar algún comportamiento que lo tenemos profundamente incorporado o un hábito que realizamos cotidianamente en “piloto automático”, los procesos de aprendizaje son mucho más complejos ya que para realizarlos debemos pasar previamente por un proceso de “desaprender” para luego “reaprender” a hacer lo mismo de una manera diferente. Esto implica salir de nuestra “zona de confort” de hacer lo que ya tenemos aprendido y aceptar que las conductas que nos sirvieron hasta este momento, o fueron exitosas en otras etapas, ya no nos sirven para seguir creciendo como personas o para lograr los objetivos propuestos.
8. La incompetencia emocional
Trabajar en nuestro desarrollo personal, sentir que nos estamos reinventando a nosotros mismos, es una tarea apasionante aunque no siempre sencilla. A este respecto es importante incorporar el componente de la emocionalidad en el contexto de la problemática del aprendizaje, ya que éste no sólo sucede en el plano cognitivo o de la adquisición de habilidades y destrezas, sino que muchas veces supone movilizar nuestras emociones. Esta implicación emocional es más relevante cuanto más profundo es el nivel de cambio que queramos producir.
Muchas veces en estos procesos de aprendizaje se genera una tensión interna entre el deseo y el temor. Por un lado está la atracción y la energía que produce el objetivo deseado y por el otro está la ansiedad e incomodidad de abandonar lo conocido y la incertidumbre de si podremos lograr nuestro objetivo. El temor también puede surgir cuando tomamos conciencia de que cambiar una situación o resolver un problema, muchas veces nos requiere producir transformaciones en nosotros mismos.
9. Confundir “saber” con estar informado.
Tradicionalmente el saber estaba ligado a la cantidad de información que se poseía. Esta mirada sobre el saber se ha ido resignificando y se ha instalado la necesidad de relacionar el saber con el hacer. En función de esto entendemos al aprendizaje como: la expansión de la capacidad de acción efectiva, autónoma y recurrente. Consideramos que aprender es integrar un nuevo saber actuar. Es decir, que vamos a poder declarar que se produjo un aprendizaje cuando alguien esté en condiciones de desarrollar acciones y logre obtener resultados que antes no conseguía.
Cotidianamente en las organizaciones vemos a personas que poseen toda la información acerca de los nuevos estilos de gestión y han asistido a numerosos cursos sobre liderazgo, comunicación y trabajo en equipo, y sin embargo, no han logrado producir un cambio en sus acciones. Esta brecha entre el saber y el hacer, entre la adquisición de un conocimiento y la efectiva incorporación de un nuevo comportamiento, surge de la dificultad del cambio personal que entraña este tipo de aprendizajes y de la imposibilidad de querer aprender sin querer cambiar
10. No dar autoridad a otro para que guíe nuestro proceso de aprendizaje
Para aprender, muchas veces debemos dar autoridad a otro para que nos enseñe y acompañe en nuestro proceso de aprendizaje y esto en algunas oportunidades es una gran dificultad ya que somos reacios a darle autoridad a otras personas. A veces nos posicionamos en lugares donde nadie “nos alcanza” para enseñarnos.
Cuando declaramos a alguien como nuestro maestro o facilitador, le debemos otorgar confianza y autoridad, reconociendo su mayor experiencia y capacidad de acción en ese dominio específico. Confiar significa que al concederle autoridad a alguien, estamos dispuestos a aceptar la dirección de esta persona, sus exigencias e instrucciones. Aprender es introducirse en un dominio de acción en que aceptamos no saber. La única forma de llegar donde no sabemos, es confiando en el facilitador y dejándonos guiar por él.
11. Ausencia de contexto adecuado
El aprendizaje requiere apertura a lo nuevo y una disposición a cuestionar lo que conocemos. Hay aprendizajes que podemos realizar en soledad y otros en los que necesitamos interactuar en un grupo, con un facilitador que nos guíe. En estos casos es muy importante generar una emocionalidad grupal de confianza y respeto, a los efectos de que las personas sientan la apertura para compartir sus propios procesos y dificultades a través de los cuales el aprendizaje pueda transcurrir.
En estos contextos, un enemigo del aprendizaje es la trivialidad, entendida esta conducta como aquella forma de comunicación que hace que aquello que otros señalan como importante, es ridiculizado o desvalorizado. Esta actitud de algunos integrantes del grupo de aprendizaje, encubre su propio temor al proceso de cambio personal y lo ocultan haciendo chistes, ironías y sarcasmos. Esto genera a su alrededor una atmósfera de intimidación donde las personas se inhiben de expresar libremente lo que piensan y sienten.
Están los que usan siempre la misma ropa.
Están los que llevan amuletos.
Los que hacen promesas.
Los que imploran mirando al cielo.
Los que creen en supersticiones.
Y están los que siguen corriendo
cuando les tiemblan las piernas.
Los que siguen luchando
cuando todo parece perdido.
Como si cada vez fuese la última vez.
Convencidos de que la vida misma es un desafío.
Sufren, pero no se quejan,
porque saben que el dolor pasa,
el sudor se seca,
el cansancio termina,
pero hay algo que nunca desaparecerá:
la satisfacción de haberlo logrado.
En sus cuerpos hay la misma cantidad de músculos.
En sus venas corre la misma sangre.
Lo que los hace diferentes es su espíritu.
La determinación de alcanzar la cima.
Una cima a la que no se llega superando a los demás,
sino superándose a uno mismo.