MODELOS MENTALES y COACHING

Autor: Lic. Oscar Anzorena

Laura, José y Adrián participaron de la reunión con miembros de otras gerencias, donde se analizó la factibilidad de rediseñar los procesos organizacionales a los efectos de optimizar la calidad de servicio. Al salir de la mencionada reunión mantienen la siguiente conversación:

 

Laura: La iniciativa me pareció muy interesante, además considero que va a ser factible que se pueda implementar ya que toda la gente se mostró muy interesada y participó con entusiasmo.

José: No Laura, no te engañes, la mayoría de las participaciones fueron para señalar inconvenientes o encontrar objeciones a las propuestas que se hacían. A mí me dio la sensación de que nadie tenía sincero interés en implementar el nuevo sistema.

Adrián: Yo no estoy tan seguro de que no tengan interés, más bien me pareció  que los comentarios apuntaban a resaltar que los problemas no corresponden a la propia área. Por ejemplo, lo que comentó Vázquez me pareció que era un palo para la gente de ventas.

Laura: A mí me pareció muy importante, ya que hay que analizar cómo se procesan las quejas o sugerencias de los clientes.

José: Está claro que a Vázquez lo único que le interesa es quedar bien con la nueva Directora, siempre fue un obsecuente.

Hagamos un corte en la conversación y analicemos qué podemos saber de la reunión. Cómo puede ser que tres personas que estuvieron en el mismo lugar, a la misma hora, con la misma gente, que oyeron y vieron exactamente lo mismo, describan lo ocurrido y saquen conclusiones tan diferentes. Los distintos participantes focalizaron la atención en diversos aspectos, asignaron distintos significados a las mismas cosas, relacionaron y vincularon esas interpretaciones con datos y creencias que ellos poseen y finalmente expresaron sus interpretaciones como si fueran una descripción de la realidad.

Lo que cada uno observó e interpretó más que aportarnos datos que nos permitan conocer la realidad, nos posibilitan conocer qué tipo de observadores son cada uno de estos individuos, cuáles son sus intereses, sus inquietudes, a qué y cómo le asignan sentido. Es decir, más que conocer el territorio estamos accediendo a los distintos mapas que los intentan describir.

Alfred Korszibsky acuñó la metáfora «el mapa no es el territorio», para dar cuenta de esta distancia que existe entre el mundo externo, los acontecimientos que lo pueblan y nuestra propia representación del mismo. Lo que vemos es el mapa y no el territorio, sólo accedemos a la realidad exterior a través de la representación que realizamos de la misma.  Y el medio que utilizamos para cartografiar el territorio, para “mapear” la realidad, para asignarle sentido a nuestras percepciones, son nuestros modelos mentales.

Llamamos modelos mentales al conjunto de opiniones, teorías personales, valores, paradigmas, distinciones y creencias hondamente enraizadas que utilizamos para percibir, analizar e interpretar todo tipo de fenómenos y circunstancias de nuestra vida. Estos modelos mentales ejercen una influencia determinante sobre nuestro modo de observar y comprender el mundo y nuestra manera de situarnos y de actuar en el mismo.

Como un cristal que distorsiona sutilmente nuestra visión, los modelos mentales condicionan nuestras percepciones y son determinantes en el proceso de asignación de sentido a todo tipo de mensaje y estímulo que recibimos, en el enfoque de nuestra atención y en la  interpretación de cualquier acción o circunstancia que observemos. Condicionan lo que vemos y lo que no, porqué seleccionamos algunos datos y obviamos otros, cómo vinculamos y relacionamos estos datos con información preexistente y qué interpretación y valoración hacemos de todo ello.  Pero no sólo determinan el modo de interpretar el mundo, sino la forma de actuar en él.  Condicionan nuestro accionar e influyen en nuestro comportamiento, nuestra forma de relacionarnos y vincularnos con las demás personas y por lo tanto en nuestro desempeño laboral.

 Todo ser humano se vincula con el mundo exterior, conoce, aprende, toma sus decisiones y actúa a través de sus modelos mentales. Cada persona vive en su propio y único modelo del mundo. Y es este modelo el que va a condicionar y determinar la efectividad de la acción e interacción de las personas, tanto en el ámbito personal como laboral.

John Grinder y Richard Bandler[1], creadores de la Programación Neurolingüística, afirman: “No hay dos seres humanos que tengan exactamente las mismas experiencias. El modelo que creamos para guiarnos en el mundo se basa, parcialmente, en nuestras experiencias. Cada uno de nosotros podrá, pues, crear un modelo diferente del mundo que compartimos y, por lo tanto, llegar a vivir una realidad un tanto diferente”.

Un aspecto central del autoconocimiento es tomar conciencia de nuestros modelos mentales y cómo actúan en nosotros modelando nuestra percepción y condicionando nuestra capacidad de elección y acción.  Cuando desconocemos el factor de mediatización que ejercen nuestros modelos mentales, expresamos nuestras interpretaciones como si fuesen una estricta descripción de la realidad.  Como metáfora de ese fenómeno, nos parece interesante transcribir un cuento oriental, de la cultura sufi:

El elefante y los ciegos

Cuenta una antigua leyenda oriental que cuatro ciegos reunidos en torno a un elefante, discutían sobre su aspecto.

Uno lo tomó de la trompa y dijo: “El elefante es como la rama de un árbol”. Otro, tocándole las orejas, respondió: “No, tiene la forma de un gran abanico”.

El tercero, apoyado de espaldas contra el animal, opinó que el paquidermo era como una pared. Mientras que el último, abrazado a una pata, insistía en su convencimiento de que la forma era la de una columna.

Discutían, vociferaban, se insultaban.

Y mientras permanecía cada uno tratando de convencer al otro de su propia verdad y desacreditando las interpretaciones que no coincidían con la propia, junto a ellos, se alzaba la inconmovible realidad del elefante…

Cuántas veces en discusiones, frente a situaciones que permiten más de una mirada, actuamos como si la nuestra fuera la única posible.  Vivimos en mundos interpretativos y no podemos escapar a este fenómeno que modela nuestro existir. Son nuestros modelos los que determinan que enfoquemos nuestra atención en algún aspecto, que le asignemos un determinado significado, que a su vez lo relacionemos y vinculemos con datos y creencias que nos parezcan relevantes y que a partir de esto saquemos nuestras propias interpretaciones.  El problema surge cuando consideramos a estas interpretaciones como una descripción de la realidad, sin darnos cuenta que la forma como observamos el acontecer del mundo, es sólo eso, la forma en cómo lo observamos e interpretamos.

El conocimiento de la realidad, por lo tanto, no es algo que recibimos pasivamente, sino algo que construimos y organizamos en forma activa. Esto encierra la paradoja de que todo lo que percibimos y concebimos es necesariamente la consecuencia de nuestros propios modos de percepción y concepción. O sea, que vemos el mundo que es de acuerdo a cómo somos.

Estos mapas o modelos nos sirven de guía para orientarnos en la realidad, pero no constituyen la “realidad”. Son apenas una representación de la misma y, como tal, presentan distorsiones, limitaciones y empobrecimientos derivados de las características peculiares de la experiencia de cada persona.

IMPORTANCIA Y DUALIDAD DE LOS MODELOS MENTALES:

“Muy a menudo, uno se convierte
en aquello en lo que piensa”

Ralph Emerson

 Suponga que un día llega a su oficina y nada tiene sentido. Ve un conjunto de sillas y mesas llenas de papeles, gente caminando y otros sentados frente a un aparato con una pantalla. Observa una puerta con un cartel con una inscripción y más al fondo otra con la figura de un hombrecito. Alguien se le acerca y le dice que tiene que pasar por la oficina de personal a actualizar el legajo y otro le menciona una reunión para evaluar un informe. Pero para usted nada tiene sentido. No puede entender ni comprender nada de lo que ve ni escucha.

El sólo pensar que deberíamos reaprender los miles de significados que cotidianamente le asignamos al conjunto de hechos, signos y señales que pueblan nuestro mundo, nos instala en una pesadilla. Nuestros sentidos nos proveen de datos del mundo exterior, pero estos datos requieren a su vez de un proceso de interpretación para asignarle un sentido. En el proceso de otorgar significado a todo tipo de hecho o mensaje, actúan en forma interdependiente los “filtros” (distinciones, recuerdos, creencias, valores, categorías conceptuales, memoria emocional, etc.) que conforman nuestros modelos mentales.

Este complejo proceso de percepción e interpretación que llevamos a cabo miles de veces por día y en forma ininterrumpida, es el que nos permite no transitar por la pesadilla del ejemplo anterior, donde todos los días deberíamos reaprender el significado de las cosas. Este rol de brújula omnipresente en que se constituyen nuestros modelos mentales, funciona a un nivel inconsciente que nos hace transparente el proceso permanente de asignación de sentido.

Es justamente esta característica la que les otorga a los modelos mentales un rol de centralidad en el devenir humano. Los modelos mentales son poderosas herramientas que nos posibilitan filtrar y organizar el mundo que observamos y nos permiten actuar coherente y eficientemente en él. Pero también juegan un rol insidioso, ya que pueden limitar nuestro horizonte de posibilidades y encerrarnos en patrones de pensamiento y comportamiento que no nos son funcionales.

Los modelos mentales adquieren gran poder sobre nosotros porque una vez establecidos no requieren de nuestra atención en cada momento, operan en forma automática en el trasfondo de nuestra conciencia. Esta es una bendición contradictoria. Por eso decimos que tenemos modelos mentales, pero muchas veces nuestros modelos mentales nos tienen a nosotros.

Al respecto Edgar Morin[2] sostiene que: “No sólo somos poseedores de ideas, sino que también estamos poseídos por ellas, capaces de morir o de matar por una idea”.

 OBSERVANDO AL OBSERVADOR:

 “Conócete a ti mismo y
conocerás el Universo y a los Dioses”

Oráculo de Delfos

Existe el “sentido común”, la creencia generalizada de que podemos percibir la realidad tal cual es. Que logramos tener acceso directo al mundo exterior, independientemente de las condiciones biológicas, cognitivas y emocionales de las personas. Este postulado ha constituido durante largo tiempo el paradigma dominante en los ámbitos científicos y académicos.

El aspecto básico de esta concepción, conocida como epistemología empirista o racionalista, es que vivimos una realidad única e igual para todos y que el conocimiento es sólo una representación de esta realidad. Se considera que el observador puede ser imparcial y objetivo, en tanto su mirada no influya ni condicione aquello que observa y, por lo tanto, se supone que su observación puede corresponder a la realidad que existe autónomamente de él.

En las últimas décadas se ha planteado un fuerte debate y cuestionamiento a este enfoque epistemológico. La corriente post-racionalista, que rápidamente se ha expandido a todos los ámbitos del saber y que ha posibilitado importantes avances y desarrollos en las ciencias de la conducta humana, ha postulado que la observación del sujeto no es neutra, que el observador introduce un orden en lo que observa y, por lo tanto, lo que observa es tan dependiente de su aparato perceptivo como de algo objetivo externo a él.

En este sentido, Fritjof Capra[3] plantea que la física cuántica derrumbó la concepción mecanicista newtoniana de la “descripción objetiva”. Sostiene que “En física atómica es imposible mantener la distinción cartesiana entre la mente y la materia, entre el observador y lo observado. (…) Los modelos que los científicos observan en la naturaleza están íntimamente vinculados a los procesos de sus mentes, a sus conceptos, pensamientos y valores”. Es decir, en esta concepción el observador no aparece con un carácter neutro, sino que su observación es parte constitutiva de lo que observa”.

Por su parte, Harold Brown[4] afirma que “uno de los puntos de partida de la nueva Filosofía de la Ciencia es el ataque a la teoría empirista de la percepción”. Brown acuña el concepto de “percepción significativa” para rebatir la opinión de que la percepción nos proporciona hechos puros y sostiene que “el conocimiento, las creencias y las teorías que ya sustentamos, juegan un papel fundamental en la determinación de lo que percibimos (…) Un observador que carezca del conocimiento relevante no obtendrá la misma información al observar el experimento que un físico con experiencia, y hay, por lo tanto, un aspecto importante en el que el lego y el físico ven cosas diferentes al observar el mismo experimento”. Y esto es así porque los seres humanos no observamos sólo con nuestros sentidos, observamos también con nuestros modelos mentales, que son los que nos permiten asignarle sentido a lo percibido.

Fue Humberto Maturana quien propuso y demostró científicamente que el conocer es un fenómeno biológico y que la vida debe ser entendida como un proceso de conocimiento. Junto a su colega, el neurobiólogo Francisco Varela[5], desarrolló la teoría conocida como “Biología del Conocimiento”.

De acuerdo a Maturana, los seres vivientes somos sistemas determinados estructuralmente y los cambios que experimentamos como consecuencia de nuestras interacciones con el ambiente, están determinados por nuestra dinámica estructural y no sólo por los fenómenos externos. El comportamiento de cualquier ser viviente no es únicamente el reflejo de los acontecimientos del entorno, sino que representa la reacción de su estructura interna activada por dichos acontecimientos. Es decir, la forma de percibir, interpretar y comportarse de las personas frente a las circunstancias que le acontecen, reflejan sus respectivas estructuras (biológica, cognitiva, psicológica, emocional), su particular modo de ser.

Estos enfoques tienen una incidencia vital en la ciencia del comportamiento humano, ya que contradicen la “lógica” de interpretar el accionar de las personas como determinado por las circunstancias que los rodean. Generalmente, cualquier reacción o comportamiento que tengamos lo explicamos o justificamos en función de los acontecimientos que nos suceden.  Por ejemplo, si lloramos decimos que la película nos emocionó y si nos irritamos argumentamos que la actitud de la otra persona nos alteró. Pero si tomamos conciencia de que nuestras reacciones están determinadas estructuralmente, tendremos que pensar que es nuestra estructura personal la que es “gatillada” por los hechos del entorno. Es nuestra manera personal de interpretar estos hechos la que motiva nuestros comportamientos.

Es así que podremos corroborar que al lado nuestro hay personas que ante la misma película no lloran sino que se aburren, o ante la misma persona no se irritan sino que se divierten. Es decir, el estímulo exterior es el mismo, pero ante diferentes estructuras personales se generan distintas interpretaciones y, por lo tanto, disímiles conductas.

OBSERVACIÓN Y CAPACIDAD DE ACCIÓN:

 “La gente sólo ve lo que
está preparada para ver”

Ralph Emerson

Un aspecto constitutivo de nuestros modelos mentales son las distinciones que poseemos de acuerdo a nuestra formación, experiencia e inserción sociocultural.

Las distinciones determinan nuestra observación y nos abren las puertas a mundos diferentes. Si un edificio es analizado por un ingeniero, un arquitecto o un antropólogo, seguramente verán aspectos disímiles condicionados por sus propias distinciones. Las diversas profesiones se conforman en función del uso de un conjunto de distinciones con determinada racionalidad, que inciden en el tipo de observación que desarrollan quienes las constituyen. Albert Einstein expresaba esta circunstancia al decir que: “Es la teoría la que determina lo que podemos observar”.

Las distinciones tienen existencia en el lenguaje, ya que sólo logramos observar aquello que podemos nombrar. Para los seres humanos las cosas cobran vida, obtienen presencia a partir de que les ponemos un nombre, en la medida que podemos hablar de ellas. Nuestro universo de distinciones condiciona nuestra capacidad de observación y de acción. Es por esto que decimos que no describimos el mundo que vemos, sino que vemos el mundo que podemos describir.

Si un médico apoya su estetoscopio en la espalda de un paciente y le pide que respire profundamente, a través del sonido que escucha podrá realizar un diagnóstico y en función del diagnóstico indicar un tratamiento. Si la misma acción la realiza un abogado, un carpintero o un contador, seguramente podrán oír los mismos sonidos pero nada les significará, ya que no tienen las distinciones pertinentes. Esto quiere decir que nuestras distinciones no sólo condicionan nuestra percepción, sino también nuestra capacidad de acción. Sólo podemos accionar sobre el mundo que logramos observar.

Personas que provienen de distintas culturas o disciplinas, suelen poseer diferentes distinciones. Por ejemplo, los esquimales pueden distinguir y nombrar más de veinte tipos de nieve distinta. Cualquiera de nosotros, por más que mire sólo ve “nieve”. Tienen distinciones que nosotros no poseemos y eso los constituye en observadores diferentes. Pero ellos no sólo ven distintos tipos de nieve, sino que en cada una observan diferentes posibilidades, como por ejemplo de encontrar alimento o de construir sus viviendas. Son estas distinciones las que les permiten operar efectivamente en su entorno.


[1] Grinder John y Bandler Richard, “La Estructura de la Magia”,  Cuatro Vientos, 1988.
[2] Morin Edgar, “La mente bien ordenada”, Seix Barral, Barcelona, 2001
[3] Capra Fritjof, “El punto crucial”, Editorial Estaciones, Bs As., 1992
[4] Brown, Harold: La nueva imagen de la ciencia”, Tecnos, 1988.
[5] Maturana Humberto y Varela Francisco, “De maquinas y seres vivos”, Editorial Universitaria, Chile, 1973 y “El árbol del conocimiento”, Editorial Universitaria, Chile, 1984.